DECLARACION DE KISHINEV
"POR UNA CULTURA DE PAZ Y DIALOGO ENTRE CIVILIZACIONES"
Kishinev, República de Moldavia, 18 de mayo de 1998
Los participantes en el foro internacional "Por una cultura de paz y diálogo entre civilizaciones, contra una cultura de guerra y violencia", reunidos en Kishinev, capital de la República de Moldavia, del 16 al 18 de mayo de 1998, por iniciativa de personalidades moldavas del mundo de la cultura y por invitación del Sr. Petru Lucinschi, Presidente de la República de Moldavia, y el Sr. Federico Mayor, Director General de la UNESCO,
Apoyando firmemente los esfuerzos de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura encaminados a desarrollar y difundir el concepto de cultura de paz, a elaborar la Declaración sobre el derecho humano a la paz como base de la cultura de paz y a ejecutar el proyecto "Hacia una cultura de paz" que, en el umbral de un nuevo siglo y un nuevo milenio, expresa el deseo y la determinación de la comunidad internacional de poner fin a la cultura de guerra y violencia para preservar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra,
Reconociendo que para alcanzar este objetivo es necesario no sólo modificar las estructuras y las doctrinas militares, sino también suscitar cambios radicales en la propia cultura, sustituyendo la cultura de violencia y guerra por una cultura de paz e inculcando en la conciencia de las personas el respeto de la diversidad cultural y religiosa, una actitud comprensiva respecto del carácter excepcional de la individualidad del ser humano y una actitud tolerante y benevolente hacia todos los miembros de la familia humana, con independencia de la raza, el color, el género, el idioma, la religión, las ideas políticas y de otro tipo, el origen nacional o social y la situación en relación con la propiedad o la clase social o cualquier otro factor,
Convencidos de que sin una educación fundamentada en los derechos humanos no puede existir una educación inspirada por una cultura de paz y, en el año del cincuentenario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, plenamente comprometidos con sus ideales, en los que se afirma la dignidad inherente de todos los miembros de la familia humana y sus derechos idénticos e inalienables, que constituyen el fundamento de la libertad, la justicia y la paz universal,
Estimando que la manera idónea de hacer frente a los desafíos del presente y del futuro consiste en construir una cultura de paz y, por consiguiente, en reconocer y poner en práctica el derecho humano a la paz,
Celebrando sinceramente la Resolución 52/15 aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1997 por iniciativa de la UNESCO, que proclama el año 2000 Año internacional de la Cultura de la Paz,
Hacemos un llamamiento a todas las personas e instituciones públicas que difunden en distintos lugares del mundo los principios y la práctica de la cultura de guerra y violencia, que suscita conflictos entre grupos étnicos, religiosos, lingüísticos y otros, el aumento de la xenofobia y del nacionalismo agresivo, y que intervienen en distintas manifestaciones de fanatismo y fundamentalismo, para que multipliquen sus esfuerzos y se sumen a los nuestros en los albores del año 2000, Año Internacional de la Cultura de la Paz, víspera de un nuevo siglo y de un nuevo milenio, con miras a consolidar una cultura de paz basada en los valores humanísticos de la civilización humana.
La humanidad tiene ante sí una ocasión excepcional de adelantar el reloj, simbólicamente hablando, de la hora de la cultura de guerra a la hora de una cultura de paz. Con el final de la Guerra Fría, la comunidad internacional tuvo una nueva oportunidad de reconsiderar numerosos valores, actitudes y comportamientos anteriores que obstaculizan la construcción de un mundo más seguro, más justo y más humano, en consonancia con los ideales y objetivos de las Naciones Unidas.
Aunque reconozcamos debidamente los logros intelectuales, espirituales y prácticos que han redundado en beneficio de la humanidad, también debemos admitir abiertamente los males del presente y los peligros del futuro. Las disparidades cada vez mayores que existen entre países ricos y países pobres y entre las personas ricas y pobres, la destrucción constante del medio ambiente y, al mismo tiempo, la prosperidad de la industria militar y el comercio de armas son asuntos que hacen dudar de muchos de los valores y normas del desarrollo de la civilización y que contribuyen a crear paulatinamente un ambiente de depresión, intolerancia y violencia en los países más pobres y en los sectores más desfavorecidos de la población.
El progreso, que en muchos aspectos ha hecho que la vida humana sea más cómoda y atractiva en apariencia, la ha vaciado a la vez de su contenido, normalizando y uniformizando no sólo el estilo de vida de la gente, sino también su manera de pensar, al crear una "sociedad de consumo" y una "cultura de masas". En algún punto el progreso ha perdido en este proceso sus orientaciones y sus valores, olvidando que su objetivo principal es el ser humano y que si se lo destruye, se pone fin al propio progreso.
En el mundo global y abierto en que vivimos, circunstancias nuevas imponen nuevas reglas de conducta, ya que en una situación de interdependencia creciente entre los individuos y los pueblos no se puede obtener una ventaja unilateral para sí mismo a expensas de otro sin causar en última instancia un perjuicio tanto a uno mismo como a la comunidad internacional en su conjunto. No se puede construir una paz sólidamente sin justicia y desarrollo sostenible, ni una paz duradera sin respeto de la dignidad humana y los derechos humanos. Según cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en 1960 al 20% más pobre de la población del planeta correspondía 2,3% de la renta mundial, proporción que en 1997 se había reducido a 1,1%. De acuerdo con los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 250 millones de niños de edades comprendidas entre los 5 y los 14 años se ven obligados a trabajar, la mitad de ellos en jornada laboral completa.
Los seres humanos son la medida de todas las cosas. Sin ellos no puede haber progreso.
La historia nos incita a sacar conclusiones de las experiencias del pasado, y una de las más importantes es que el recurso a la fuerza conduce a la autodestrucción. Muchos de los problemas de nuestros días se pueden resolver pacíficamente si creemos que la mente del hombre es más fuerte que sus puños.
A fin de evitar la violencia, se deben descubrir y extirpar las raíces que son su causa. Es mucho más humano y eficaz prevenir los conflictos que atajarlos. Esta es la esencia del concepto de una cultura de paz y no violencia que se presenta en el informe preliminar sobre una cultura de paz preparado por el Director General de la UNESCO y dirigido a las Naciones Unidas (documento 154 EX/42).
Nosotros, los participantes en el Foro Internacional de Kishinev, apoyamos las posiciones expuestas en ese informe y consideramos que la transición de una cultura de violencia y guerra a una cultura de paz y no violencia constituye la prioridad máxima de la comunidad internacional en los albores de un nuevo siglo y un nuevo milenio.
Esto significa que los valores, actitudes y comportamientos que han ido arraigando bajo la influencia de la cultura de guerra deben transformarse en otros nuevos, favorables a una cultura de paz. Una cultura de paz es la transición de la lógica de la fuerza y el miedo a una lógica de razón y amor.
Debemos asimilar y promover los preceptos básicos de una cultura de paz:
- respetar la vida, la dignidad y los derechos humanos;
- rechazar toda forma de violencia y prevenir los conflictos eliminando sus causas fundamentales mediante el diálogo y la negociación;
- respetar la igualdad de derechos y oportunidades para hombres y mujeres;
- respetar el derecho de cada individuo a la libertad de opinión y de información;
- atenerse a los principios de democracia, libertad y tolerancia, diversidad cultural y diálogo entre los pueblos, entre grupos étnicos, religiosos y otros y entre las personas;
- acatar los principios de justicia social, solidaridad y asistencia a los débiles y desfavorecidos;
- contribuir al desarrollo humano de la sociedad y a la protección del medio ambiente en beneficio de las generaciones presentes y futuras;
- promover y hacer realidad el derecho de todo ser humano a la paz, que constituye el fundamento de una verdadera cultura de paz.
Frente a las nuevas condiciones impuestas por la mundialización y la interdepencia, la conclusión a que llegó la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI en su informe a la UNESCO de que debemos "aprender a vivir juntos" cobra una importancia excepcional.
Ello supone que la educación y la enseñanza han de comenzar en la familia y la escuela y en las actividades sociales subsiguientes de las personas, sin olvidar las que se producen a través de los medios de comunicación, y que se deben inculcar los principales principios interrelacionados de una cultura de paz:
- no hay paz duradera si no se respeta la dignidad de las personas y los pueblos;
- no hay paz duradera sin libertad y democracia;
- no hay paz duradera sin justicia y desarrollo sostenible.
Una cultura de paz no es una meta final, sino un proceso de transformación a largo plazo de los valores, las actitudes y las relaciones de los individuos y las comunidades.
El objetivo esencial de la cultura de paz es alentar a las generaciones presentes y futuras a desempeñar un papel activo en la creación de un mundo más humano, justo, libre y próspero, sin guerra y sin violencia.
Para consolidar una cultura de paz es necesario:
- con respecto a la educación y la enseñanza, introducir los cambios correspondientes en el contenido, los métodos y las relaciones entre la administración, los docentes y los alumnos y entre las instituciones educativas, las familias y el mundo laboral;
- en relación con la construcción de una sociedad civil, lograr que todos los ciudadanos participen activamente en la adopción de decisiones sobre asuntos políticos, económicos, sociales y culturales de acuerdo con los de la democracia y la armonía entre el hombre, la sociedad y el medio ambiente, base de una cultura de paz;
- en lo que atañe a la salvaguardia de los derechos humanos, adoptar medidas para que el Estado y los poderes legislativo y ejecutivo respeten y protejan los derechos humanos y las libertades fundamentales como garantías de una cultura de paz;
- por lo que se refiere a la información, salvaguardar la libertad de opinión y de expresión de ideas y el derecho a una información fiable, a fin de facilitar el fortalecimiento del entendimiento mutuo, el respeto y la tolerancia;
- en cuanto a la actividad filosófica, científica y creativa, tratar de facilitar el intercambio de conocimientos, experiencia y riquezas artísticas en beneficio del entendimiento mutuo y del acercamiento de personas y pueblos.
Por el diálogo entre distintas culturas y civilizaciones
En un mundo en el que la interdependencia es cada vez mayor, se concede una importancia creciente al principio, corroborado por la experiencia de la civilización humana, según el cual la diversidad constituye la riqueza del mundo y pertenece a todos. En este sentido, cabe destacar la conclusión a la que se llegó en el informe presentado por la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo a la UNESCO de que, precisamente, gracias a la cultura se pueden concebir maneras variadas y pacíficas de vivir juntos.
La diversidad puede ser fuente de interés mutuo y, por ende, de motivación y energía renovadas para la interacción de distintas culturas.
El proceso objetivo de acercamiento entre países mediante la información y la comunicación nos convierte en vecinos, en el sentido literal del término, y facilita el diálogo y la cooperación mutuos. Es importante que este diálogo se lleve a cabo de acuerdo con los principios de respeto mutuo, tolerancia y solidaridad en la acción conjunta para hacer frente a las amenazas que se ciernen en el plano mundial.
Consideramos que las conclusiones del Fórum Internacional de Tiflis (1995) "Por la Solidaridad contra la Intolerancia, por un Diálogo Cultural" son pertinentes en este ámbito: "En la sociedad global de nuestros días, la tolerancia se convierte no sólo en una virtud, sino también en un requisito para la supervivencia de la humanidad. La tolerancia es la comprensión y el respeto de las culturas, creencias y estilos de vida de los demás. La tolerancia es la aceptación de las diferencias que existen dentro de nuestras sociedades y entre nuestras culturas. La tolerancia es una actitud que considera la diversidad del mundo como parte de nuestro patrimonio común".
Nosotros, los participantes en el Foro, acogemos con satisfacción y apoyamos activamente los esfuerzos realizados por la UNESCO y las Naciones Unidas para promover los ideales de una cultura de paz, tolerancia y diálogo entre distintas civilizaciones en el camino hacia la construcción de un mundo más humano, más justo y más próspero y, por tanto, exhortamos al Consejo Económico y Social y a la Asamblea General de las Naciones Unidas a que adopten una decisión en la que se proclame un Decenio para la Educación sobre una Cultura de Paz y No Violencia que comenzaría en el año 2001.
Partimos de la premisa de que con ello tendría más realce la celebración del Año Internacional de la Cultura de la Paz y se facilitaría la movilización de esfuerzos internacionales para erradicar la violencia, prevenir las guerras y crear y consolidar una cultura de paz duradera.